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Vista del pueblo de Ixtacalco desde un globo, obra de Casimiro Castro pintada en 1865
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IXTACALTECAYOTL
Enraizada
entre los tulares de mítico Nextlapan, la conciencia de pertenecer al lugar de
las casas de la sal florece en la Ixtacaltecayotl, nutrido por las sabias
palabras de los abuelos y las caricias de las abuelitas, los mitos y
tradiciones del pasado chinampeca dan su ubérrimos frutos en el ayuntamiento
siderald del aquí y ahora de nuestros hermanos y nuestras hermanitas,
proyectando ilusiones al mañana como un compromiso de legar lo que nos fue
legado, íntegro y mejorado.
En
el buen romance, quiero creer que el vocablo náhuatl Itxtacaltecayotl significa
ixtacalquidad, lo propio de los de Ixtacalco, de los que fueron, de los que
somos, de los que serán; nuestro ser y nuestro parecer, nuestro rostro y
nuestro corazón. El entorno en el que se manifiesta nuestra comunidad, herencia
de nuestros mayores, nuestra memoria histórica regada por el agua de los
acolotes, nuestras ofrendas pascuales llenas de los multicolores resplandores
de las flores del añorado chinamperio, el sentimiento de pertenencia que se
opone a la inevitable globalización.
Eso
es Ixtacaltecayotl, el ser del ixtacalteca, del nacido en este rincón bendecido
del mítico Anáhuac, corazón y rostro, flor y canto de la delegación Ixtacalco.
Es el trazo chueco de nuestros callejones, la centenaria grandeza franciscana
de nuestra parroquia, nuestras discretas ermitas, las capillas de los barrios.
Nuestras festividades, única manifestación cultural auténtica en todo el
entorno delegacional. Los rastros de nuestra naturaleza que nos hace ser
diferentes dentro de la etnia chinampeca, tres parroquias, una comunidad.
¿QUE TAN PROFUNDAS SON NUESTRAS RAÍCES?
¿Hasta dónde llega el amor que profesamos por
nuestra tierra? Al escuchar las campanas que doblan de tristeza o el repique
que las deshace de contento, nos percatamos de que no han podido
desaparecernos. Ahogados en la mancha de cemento, nuestras chinampas y nuestros
acolotes ha ya tiempo perecieron. Pero el zopilote altanero y decidor hace
florecer en sus costumbres, la sabia centenaria que le viene desde la sal de la
laguna.
¿TENEMOS UNA IDENTIDAD?
Hincadas
en el fértil limo de la laguna. Nuestras raíces
florecen en el injerto hispano. La fuerza primigenia del lago de la luna
permea las circunstancias de la comunidad magnetizando la sangre, dándonos
identidad y pertenencia a la madre tierra.
Una
de las definiciones de identidad según el tumbaburros, es el conjunto de
circunstancias que distingue a una persona de las demás. Ergo, la identidad de
una comunidad está constituida por ese conjunto de circunstancias que las
diferencian de otras comunidades. Siendo así, ¡claro que tenemos una
identidad!, y lo que es más importante, tenemos conciencia de ello, lo que crea
un sentimiento de pertenencia en una hermandad, un barrio, un pueblo.
Un
pasado común, de recuerdos transmitidos de viejos a jóvenes, una serie de
valores similares, un presente cotidiano compartiendo sinsabores y alegrías, y
un futuro con los mismo afanes y preocupaciones por sacar adelante las
tradiciones de nuestro pueblo, dentro del ámbito de las costumbres heredadas.
El
sentimiento de pertenecer a un grupo amenazado por el desborde poblacional de
la megalópolis, que arroja sobre nosotros gente ajena a nuestro modo de ser.
Un
acento chinampeco, la belleza que se manifiesta en la elaboración de un jaspe,
por lo menos; el gusto por el danzón y el paso doble. Los canales expeditos de
comunicación que se dan cuando se reúnen dos o tres zopilotes, todos conocemos
a todos o a su familia.
Un
común camposanto para nuestros difuntos, el michimole después de la misa de
nueve días, el ser conducido en hombros al último viaje a San José, conocer con
sólo mirar el cortejo de que barrio es el muertito.
Nuestros
numenes tribales, nuestros santos patronos, el orgullo que sentimos por
nuestras capillas y por el barrio donde nos mandamos. El jubileo, el agua de
chía del Martes de la Amapolas, festividad exclusiva de nuestra parroquia.
La
capacidad de nuestras mujeres para darles de comer a más de quinientos
comensales; la sazón de sus chilitos, el agarrar la lumbre con las manos.
Si
lo anterior no basta para crear una identidad, los naturales tenemos una
peculiaridad de pertenecer, la mayoría, a dos o tres familias. Todos los
barrios del pueblo tienen sus apellidos característicos, y casi todos tenemos
familiares en los demás barrios; hasta hace poco, a todas las personas mayores
les decíamos tío o tía.
Resulta
importante tener conciencia de que eso no en todos lados se da. Yo considero
que si ese sabernos diferentes no es identidad, poco le falta para serlo. Desde
aquí, desde adentro, carecemos de los recursos técnicos para establecerlo, sin
embargo, es notable ese sentimiento de diferenciación que es captado principalmente
por las mujeres; las nuestras y las que no son de aquí.
Posiblemente
nuestras coterráneas no sepan explicar en que consiste la diferencia que ven
entre ellas y una mujer fuereña. O tal vez sea hasta de manera inocente, pero
de que lo captan, lo captan, pues no es rara la vecina que se siente marginada
bajo la expresión: “usted no es de aquí ¿verdad?” Seguramente, es la memoria
colectiva que fluye en nuestros genes, y el diario convivir el que hace tan
perspicaces a las ixtacaltecas de toda edad.
TODOS ZOPILOTES PERO CADA QUIEN EN SU RAMA.
Ahora,
aun cuando todos los zopilotes y auras compartimos creencias y costumbres, no
es lo mismo un mechudo de Santa Cruz que un chichipelona de Zapotla. Cada uno
de los siete barrios tradicionales tenemos nuestras peculiaridades,
posiblemente nacidas por la influencia del entorno que aun cuando hogareño, es
muy similar. Hasta hace menos de una generación era arto diferente
en
cada barrio.
La
relativa lejanía de los Reyes hace a los calzonudos introvertidos, el aspecto
recoleto de su barrio y su espíritu de cooperación hace que los mechudos se
muestren ostentosos. El rinconcito brujo en el que habitan hace misteriosos a
los palmeados, el vivir entre una mayoría extraña y conflictiva tiene
desconfiados a los españoles, el vivir en tierra caliente hace medio quien sabe
como a los macheteros, los plateados: gente culta y preparada.
En
fin, gente buena y sencilla arraigada al terruño. Gente que se desvive por
atender a las personas que llegan a sus casas. Son notables la fiestas
patronales en las que el mayordomo en cargo tiene el gusto de atender a todos
los vecinos del barrio e invitados de los otros barrios. Rápido y de buen modo,
los topiles y topilas se esfuerzan por atender de la mejor manera a toda la
concurrencia.
SAN MIGUEL.
Yo
soy plateado de San Miguel, del mero Amac. La casa en la que nací está a veinte
metros del puente, o sea, casi, casi, en el corazón del barrio. Ahí, llega San
Matías de por la Asunción y se reparte: sobre el Canal de Amac hasta la huerta,
hasta el acalote que venía de Ahuazalpa. Pasando el puente, la gran pulquería
“El Paso de Amac” para seguir por San Matías hasta el fondo. Pero antes se
divide el callejón: al poniente, lo que ahora es Cuauhtémoc y va para las
monjas; y al oriente, por Cuitlahuac hacia el árbol.
Antes
esa era la parte delantera de las casas; por ahí se caminaba, la parte trasera
daba al canal en donde la comunicación era acuática, por medio de chalupas y
chalupones.
ZOPILOTES VERGONZANTES.
Entre
el paisanaje abundan las personas que por su preparación o vanidad no
participan de la cultura pueblerina. Son aquellos que al dar su dirección
señalan: “Colonia, barrio de...”. Siendo de nuestra misma sangre, muchos de
ellos consideran cosas de indios nuestras costumbres y tradiciones. Inmersos en
el ambiente de competencia propia de esta época neoliberal, consideran
infructuoso el gasto que se hace en nuestras festividades y en nuestros ágapes.
Por lo tanto no cooperan ni se sienten miembros del barrio en donde nacieron,
aun que eso sí, cuando se trata de presumir las posas o las ofrendas, resulta
que sí son de Ixtacalco y hasta organizan giras con sus conocidos para admirar
el trabajo artesanal del zopilote.
Es
pertinente aclarar que no todos los nacidos en el pueblo pertenecen a lo que
puede ser considerada una etnia. Muchos tienen sus raíces en algún lugar de la
provincia y muchos otros provienen de los barrios arrasados por el progreso.
Aquellos no se olvidan de su origen o se niegan a ser considerados como
miembros de una comunidad tradicional. Dado que de una comunidad de esas
características vienen huyendo, los que provienen de los barrios generalmente
bravos traen otra visión de la vida que en el menor de los casos no les permite
el sentido de pertenencia. Para ellos, la cuadra y la colonia es impersonal y
muchas veces luchan a brazo partido por salir de ese ambiente para ellos
generalmente opresivo y en el peor, traen una tradición depredadora heredada de
sus ancestros mexicas.
EL OMBLIGO DE LA CREACIÓN.
La
cuenca lacustre de Anáhuac ha visto florecer sobre su suelo y aun sobre las
aguas del mítico lago de Nextliapan, diversos doblamientos; desde los caseríos
prehistóricos del Arbolillo hasta la soberbia Ciudad de México de la
actualidad.
Durante
el preclásico floreció la primera ciudad en las faldas de la serranía del
Ajusco; Cuicuilco, el lugar de los cantos, y hasta la llegada del conquistador
la totalidad de los pueblos que aún subsisten y que tienen un nombre nahoa ya
existían.
En
el Distrito Federal se dan dos tipos de poblamientos: los que han sido
absorbidos por el desmesurado crecimiento de la mancha urbana y los que han
subsistido en un entorno parcialmente campirano. Entre los primeros, aun cuando
han sido rodeadas por la civilización del cemento, subsisten varias comunidades
irreductibles aferradas a su identidad; entre las segundas la amenaza de sufrir
el mismo destino es cada día más grave.
La
historia de los pueblos originarios ubicados en las delegaciones céntricas, es
muy semejante. Todavía en la primera década del siglo pasado, se encontraban
rodeadas de campos de labranza y los años cincuenta del mismo siglo veinte ya
habían sido casi invadidas por el desborde poblacional ocasionado por el
centralismo revolucionario.
Cambiándoles
hasta el modo de caminar, al arrancarles la vocación agraria, de campesinos
libres que vivían en el eterno amasiato con su tierra, se transformaron en
proletarios, obreros, y si bien les iba, en empleados del sector de los
servicios y el pequeño comercio.
Su
entorno dentro del casco de sus poblados, antes seguro, fue agredido por las
costumbres depredadoras de los colonos asentados en las tierras productivas. Lo
que antes era un dechado de naturaleza se convirtió en una gorda colección de
problemas. Sólo el gran apego a las costumbres heredadas de sus mayores les
permitió conservar su identidad, la cual siguen ostentando con orgullo a pesar
de la proliferación de los nativos vergonzantes.
Si
los naturales de otras tierras se sienten agraviados, con mayor razón los
nacidos en la cuenca; los que han sufrido un auténtico etnocidio a manos de los
ladinos llegados de todos los confines de la nación.
ETNIA CHINAMPECA
Leyendo
las narraciones de las personas de Xochimilco o de Tláhuac, uno se identifica
inmediatamente con ellos. Yo, en lo personal, quedo más convencido de que todos
formamos una etnia, los chinampecas, las gentes de la chinampas como decía en
tenochca.
Cambiando
los nombres y uno que otro accidente geográfico, fácilmente podrían ser
nuestras historias de vida; la misma comida, el mismo pasado, la misma forma de
afrontar el destino.