martes, 6 de enero de 2015

EL PUENTE DE IXTACALCO Y LA ERMITA DE SAN ANTONIO

El paso continuo de personas, carruajes, animales de carga y ganado
vacuno por los puentes de mampostería que atravesaban el canal de la Viga, propició que éstos se encontraran
con frecuencia en malas condiciones, el puente de Iztacalco, por ejemplo,
era muy transitado porque comunicaba a los habitantes del barrio de
Santiago con la plaza y templo principal del pueblo. Ademas de que la Ermita de San Antonio, (Santo que contaba con una devoción muy grande entre la gente del pueblo) se encontraba apenas cruzando el puente, del lado poniente del canal, (donde actualmente se encuentra un negocio de compra venta de automóviles), y eran muchas las personas del pueblo que usaban el puente diariamente, solo para pasar a los servicios religiosos en dicha Ermita; En la primera foto, la Ermita es la construcción que aparece del lado derecho a un lado del puente, y en la foto de abajo tenemos una vista de frente de esta ermita, y se aprecian mas detalles del decorado de la fachada, hay información que dice que esta obra fue contemporánea de la Parroquia de San Matías.
La ermita de San Antonio como lucia a fines del siglo XIX

SOMOS HOMBRES CON UN ROSTRO Y UN CORAZÓN Por Juan Manuel Chaparro Hernández.

Vista del pueblo de Ixtacalco desde un globo, obra de Casimiro Castro pintada en 1865

IXTACALTECAYOTL

Enraizada entre los tulares de mítico Nextlapan, la conciencia de pertenecer al lugar de las casas de la sal florece en la Ixtacaltecayotl, nutrido por las sabias palabras de los abuelos y las caricias de las abuelitas, los mitos y tradiciones del pasado chinampeca dan su ubérrimos frutos en el ayuntamiento siderald del aquí y ahora de nuestros hermanos y nuestras hermanitas, proyectando ilusiones al mañana como un compromiso de legar lo que nos fue legado, íntegro y mejorado.

En el buen romance, quiero creer que el vocablo náhuatl Itxtacaltecayotl significa ixtacalquidad, lo propio de los de Ixtacalco, de los que fueron, de los que somos, de los que serán; nuestro ser y nuestro parecer, nuestro rostro y nuestro corazón. El entorno en el que se manifiesta nuestra comunidad, herencia de nuestros mayores, nuestra memoria histórica regada por el agua de los acolotes, nuestras ofrendas pascuales llenas de los multicolores resplandores de las flores del añorado chinamperio, el sentimiento de pertenencia que se opone a la inevitable globalización.

Eso es Ixtacaltecayotl, el ser del ixtacalteca, del nacido en este rincón bendecido del mítico Anáhuac, corazón y rostro, flor y canto de la delegación Ixtacalco. Es el trazo chueco de nuestros callejones, la centenaria grandeza franciscana de nuestra parroquia, nuestras discretas ermitas, las capillas de los barrios. Nuestras festividades, única manifestación cultural auténtica en todo el entorno delegacional. Los rastros de nuestra naturaleza que nos hace ser diferentes dentro de la etnia chinampeca, tres parroquias, una comunidad.

¿QUE TAN PROFUNDAS SON NUESTRAS RAÍCES?

 ¿Hasta dónde llega el amor que profesamos por nuestra tierra? Al escuchar las campanas que doblan de tristeza o el repique que las deshace de contento, nos percatamos de que no han podido desaparecernos. Ahogados en la mancha de cemento, nuestras chinampas y nuestros acolotes ha ya tiempo perecieron. Pero el zopilote altanero y decidor hace florecer en sus costumbres, la sabia centenaria que le viene desde la sal de la laguna. 

¿TENEMOS UNA IDENTIDAD?

Hincadas en el fértil limo de la laguna. Nuestras raíces  florecen en el injerto hispano. La fuerza primigenia del lago de la luna permea las circunstancias de la comunidad magnetizando la sangre, dándonos identidad y pertenencia a la madre tierra.

Una de las definiciones de identidad según el tumbaburros, es el conjunto de circunstancias que distingue a una persona de las demás. Ergo, la identidad de una comunidad está constituida por ese conjunto de circunstancias que las diferencian de otras comunidades. Siendo así, ¡claro que tenemos una identidad!, y lo que es más importante, tenemos conciencia de ello, lo que crea un sentimiento de pertenencia en una hermandad, un barrio, un pueblo.

Un pasado común, de recuerdos transmitidos de viejos a jóvenes, una serie de valores similares, un presente cotidiano compartiendo sinsabores y alegrías, y un futuro con los mismo afanes y preocupaciones por sacar adelante las tradiciones de nuestro pueblo, dentro del ámbito de las costumbres heredadas.

El sentimiento de pertenecer a un grupo amenazado por el desborde poblacional de la megalópolis, que arroja sobre nosotros gente ajena a nuestro modo de ser.
Un acento chinampeco, la belleza que se manifiesta en la elaboración de un jaspe, por lo menos; el gusto por el danzón y el paso doble. Los canales expeditos de comunicación que se dan cuando se reúnen dos o tres zopilotes, todos conocemos a todos o a su familia.
Un común camposanto para nuestros difuntos, el michimole después de la misa de nueve días, el ser conducido en hombros al último viaje a San José, conocer con sólo mirar el cortejo de que barrio es el muertito.
Nuestros numenes tribales, nuestros santos patronos, el orgullo que sentimos por nuestras capillas y por el barrio donde nos mandamos. El jubileo, el agua de chía del Martes de la Amapolas, festividad exclusiva de nuestra parroquia.
La capacidad de nuestras mujeres para darles de comer a más de quinientos comensales; la sazón de sus chilitos, el agarrar la lumbre con las manos.

Si lo anterior no basta para crear una identidad, los naturales tenemos una peculiaridad de pertenecer, la mayoría, a dos o tres familias. Todos los barrios del pueblo tienen sus apellidos característicos, y casi todos tenemos familiares en los demás barrios; hasta hace poco, a todas las personas mayores les decíamos tío o tía.

Resulta importante tener conciencia de que eso no en todos lados se da. Yo considero que si ese sabernos diferentes no es identidad, poco le falta para serlo. Desde aquí, desde adentro, carecemos de los recursos técnicos para establecerlo, sin embargo, es notable ese sentimiento de diferenciación que es captado principalmente por las mujeres; las nuestras y las que no son de aquí.

Posiblemente nuestras coterráneas no sepan explicar en que consiste la diferencia que ven entre ellas y una mujer fuereña. O tal vez sea hasta de manera inocente, pero de que lo captan, lo captan, pues no es rara la vecina que se siente marginada bajo la expresión: “usted no es de aquí ¿verdad?” Seguramente, es la memoria colectiva que fluye en nuestros genes, y el diario convivir el que hace tan perspicaces a las ixtacaltecas de toda edad.

TODOS ZOPILOTES PERO CADA QUIEN EN SU RAMA.

Ahora, aun cuando todos los zopilotes y auras compartimos creencias y costumbres, no es lo mismo un mechudo de Santa Cruz que un chichipelona de Zapotla. Cada uno de los siete barrios tradicionales tenemos nuestras peculiaridades, posiblemente nacidas por la influencia del entorno que aun cuando hogareño, es muy similar. Hasta hace menos de una generación era arto diferente
en cada barrio.
La relativa lejanía de los Reyes hace a los calzonudos introvertidos, el aspecto recoleto de su barrio y su espíritu de cooperación hace que los mechudos se muestren ostentosos. El rinconcito brujo en el que habitan hace misteriosos a los palmeados, el vivir entre una mayoría extraña y conflictiva tiene desconfiados a los españoles, el vivir en tierra caliente hace medio quien sabe como a los macheteros, los plateados: gente culta y preparada.

En fin, gente buena y sencilla arraigada al terruño. Gente que se desvive por atender a las personas que llegan a sus casas. Son notables la fiestas patronales en las que el mayordomo en cargo tiene el gusto de atender a todos los vecinos del barrio e invitados de los otros barrios. Rápido y de buen modo, los topiles y topilas se esfuerzan por atender de la mejor manera a toda la concurrencia.

SAN MIGUEL.

Yo soy plateado de San Miguel, del mero Amac. La casa en la que nací está a veinte metros del puente, o sea, casi, casi, en el corazón del barrio. Ahí, llega San Matías de por la Asunción y se reparte: sobre el Canal de Amac hasta la huerta, hasta el acalote que venía de Ahuazalpa. Pasando el puente, la gran pulquería “El Paso de Amac” para seguir por San Matías hasta el fondo. Pero antes se divide el callejón: al poniente, lo que ahora es Cuauhtémoc y va para las monjas; y al oriente, por Cuitlahuac hacia el árbol.
Antes esa era la parte delantera de las casas; por ahí se caminaba, la parte trasera daba al canal en donde la comunicación era acuática, por medio de chalupas y chalupones.

ZOPILOTES VERGONZANTES.

Entre el paisanaje abundan las personas que por su preparación o vanidad no participan de la cultura pueblerina. Son aquellos que al dar su dirección señalan: “Colonia, barrio de...”. Siendo de nuestra misma sangre, muchos de ellos consideran cosas de indios nuestras costumbres y tradiciones. Inmersos en el ambiente de competencia propia de esta época neoliberal, consideran infructuoso el gasto que se hace en nuestras festividades y en nuestros ágapes. Por lo tanto no cooperan ni se sienten miembros del barrio en donde nacieron, aun que eso sí, cuando se trata de presumir las posas o las ofrendas, resulta que sí son de Ixtacalco y hasta organizan giras con sus conocidos para admirar el trabajo artesanal del zopilote.

Es pertinente aclarar que no todos los nacidos en el pueblo pertenecen a lo que puede ser considerada una etnia. Muchos tienen sus raíces en algún lugar de la provincia y muchos otros provienen de los barrios arrasados por el progreso. Aquellos no se olvidan de su origen o se niegan a ser considerados como miembros de una comunidad tradicional. Dado que de una comunidad de esas características vienen huyendo, los que provienen de los barrios generalmente bravos traen otra visión de la vida que en el menor de los casos no les permite el sentido de pertenencia. Para ellos, la cuadra y la colonia es impersonal y muchas veces luchan a brazo partido por salir de ese ambiente para ellos generalmente opresivo y en el peor, traen una tradición depredadora heredada de sus ancestros mexicas.

EL OMBLIGO DE LA CREACIÓN.

La cuenca lacustre de Anáhuac ha visto florecer sobre su suelo y aun sobre las aguas del mítico lago de Nextliapan, diversos doblamientos; desde los caseríos prehistóricos del Arbolillo hasta la soberbia Ciudad de México de la actualidad.
Durante el preclásico floreció la primera ciudad en las faldas de la serranía del Ajusco; Cuicuilco, el lugar de los cantos, y hasta la llegada del conquistador la totalidad de los pueblos que aún subsisten y que tienen un nombre nahoa ya existían.

En el Distrito Federal se dan dos tipos de poblamientos: los que han sido absorbidos por el desmesurado crecimiento de la mancha urbana y los que han subsistido en un entorno parcialmente campirano. Entre los primeros, aun cuando han sido rodeadas por la civilización del cemento, subsisten varias comunidades irreductibles aferradas a su identidad; entre las segundas la amenaza de sufrir el mismo destino es cada día más grave.

La historia de los pueblos originarios ubicados en las delegaciones céntricas, es muy semejante. Todavía en la primera década del siglo pasado, se encontraban rodeadas de campos de labranza y los años cincuenta del mismo siglo veinte ya habían sido casi invadidas por el desborde poblacional ocasionado por el centralismo revolucionario.

Cambiándoles hasta el modo de caminar, al arrancarles la vocación agraria, de campesinos libres que vivían en el eterno amasiato con su tierra, se transformaron en proletarios, obreros, y si bien les iba, en empleados del sector de los servicios y el pequeño comercio.
Su entorno dentro del casco de sus poblados, antes seguro, fue agredido por las costumbres depredadoras de los colonos asentados en las tierras productivas. Lo que antes era un dechado de naturaleza se convirtió en una gorda colección de problemas. Sólo el gran apego a las costumbres heredadas de sus mayores les permitió conservar su identidad, la cual siguen ostentando con orgullo a pesar de la proliferación de los nativos vergonzantes.

Si los naturales de otras tierras se sienten agraviados, con mayor razón los nacidos en la cuenca; los que han sufrido un auténtico etnocidio a manos de los ladinos llegados de todos los confines de la nación.

ETNIA CHINAMPECA

Leyendo las narraciones de las personas de Xochimilco o de Tláhuac, uno se identifica inmediatamente con ellos. Yo, en lo personal, quedo más convencido de que todos formamos una etnia, los chinampecas, las gentes de la chinampas como decía en tenochca.
Cambiando los nombres y uno que otro accidente geográfico, fácilmente podrían ser nuestras historias de vida; la misma comida, el mismo pasado, la misma forma de afrontar el destino.